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Todos saben; nadie sabe

  • Foto del escritor: Ximena Martinez
    Ximena Martinez
  • 1 dic 2020
  • 5 Min. de lectura

-¿No les pasa que a veces hay mucho ruido allá afuera? Y no me refiero al ruido exterior de la ciudad, de la vida en las calles, de los autos, sino más bien al ruido que ocasionan las redes sociales, cada publicación, vídeo, foto, noticia, acontecimiento al que le prestamos demasiada atención. Por eso a veces es bueno ausentarse, tomarse unos días y después, continuar. Tengo esa extraña costumbre y escribo, extraña, porque últimamente toda nuestra vida se concentra en el Internet.


Esta maravillosa herramienta tecnológica que nos permite seguir, interactuar, comprar, conocer, leer, comunicarnos y estudiar. Si bien es cierto que las más recientes generaciones tienen un innato apego a estas tecnologías, habrá quienes desistan en su totalidad depender todo el tiempo de ellas. Ya conocemos las múltiples funciones que tenemos al alcance en un celular con acceso a Internet, pero ¿en verdad seremos conscientes de los contras de este fácil acceso?


-¿Cómo adivinamos que algo nos hace daño? A veces es muy difícil identificar lo que puede estar lastimando al cuerpo o a la mente, ya que vivimos en la costumbre de enfrentarnos diariamente a los malestares de todo exceso sin poder, en alguna ocasión cambiar esto. Así que el continúo cansancio, el estrés, la enfermedad, etc. se hacen parte del vivir. Y precisamente ese exceso en el que caemos, es lo que nos lleva a no distinguir cuándo es necesario parar.



El acceso a Internet, es completamente fabuloso. Hasta hace unos minutos, pude identificar una canción que veía en televisión con tan solo un click. Sí, es realmente una maravilla, pese que aún existen algunos impedimentos con respecto a la tecnología. Pero, aunque no lo parezca, en este avance continuo, hemos de encontrar atrasos en nuestra humanidad.


La facilidad con que podemos encontrar cualquier palabra, de cualquier tema, nos hace ser capaces de entablar conversaciones hasta profundas, nos permite desarrollar temas, volvernos hasta “expertos” en la materia, sin embargo el conocimiento no significa nada sino es puesto en práctica. Es decir ¿de qué nos sirve ser excelentes cibernautas si nos estamos volviendo carentes de valores y de razonamiento?


Es cierto que el tema de valores está ya muy trillado por todos lados, que puede sonar hasta aburrido el decir que a las nuevas generaciones les parece de sobra el – por favor y gracias – o la ausencia de respeto y empatía por alguien más. Esto de los valores no es un asunto de moda, ni algo que solo le compete a la familia o a la escuela, ya que lo que se encuentra allá fuera de estos contextos, es la mayor influencia para que exista esta escasez valorativa y moral, cuya tema amerita su propia reflexión – más adelante - .


En cuanto a nuestra capacidad de razonar, la tecnología nos ha saturado de ideologías, marcas, conceptos, estereotipos que anulan el poder de discernir entre la realidad y la ficción, por eso vivimos pegados – literal - al celular porque tal vez la vida que fingimos en aquellas redes sociales no se acerca a la realmente vivimos pero sí a la que deseamos posicionar frente a los demás. Y qué decir de la cantidad de información que podemos almacenar en los dispositivos, que de alguna manera hace que ya no sea tan funcional el poner a trabajar nuestra mente reduciendo la memoria, es decir, el famoso “efecto Google” que nos ha acostumbrado a buscar todo en esta plataforma.



No es de extrañarse que tal vez, sea la razón por la cual estudiantes de estas nuevas generaciones no pongan en práctica el pensamiento matemático porque hay al alcance una calculadora, no memoricen números telefónicos porque están ya registrados e incluso, comprender o razonar los contenidos de las materias puesto que ante cualquier duda, se consulta primero el celular.


Esta tecnología tan posible nos está llevando a – y cito la frase de un pedagogo y docente frente a aula – vivir en la era de la ignorancia, en la que todo el mundo cree saber. Y no es que seamos tan intelectuales, tan sabios, tan eruditos, solo tenemos acceso a Internet, cuya facilidad nos abre todo un mundo de posibilidades, sí, pero al costo de dejar de lado la propia mentalidad.

El decir que la tecnología nos está colocando en la ignorancia, sé que suena hasta incoherente, pero si lo analizamos a profundidad, nos daremos cuenta de que a pesar de tener la información en la mano, hemos olvidado o anulado la posibilidad de cuestionarnos todo, ya que afirmamos que lo encontrado en Internet es totalmente verídico; nos cuesta incluso, documentarnos sí es que queremos tocar algún tema pues ante la comodidad preferimos hacerlo en Internet y no en libros. Y por supuesto que también es muy frecuente que en nuestro país tengamos esa costumbre de sabernos expertos para dar opiniones cuando son leídos 3.4 libros al año. Lamentablemente la tecnología es responsable a su vez, de que disminuya este hábito de lectura que de por sí está ya muy, muy declinado.


Einstein, en su momento lo mencionó; temía el día en que la tecnología sobrepasará nuestra humanidad, porque llegaría una generación no muy capaz, por así decirlo. -¿Realmente estaremos ya viviéndolo? ¿O nos estamos acercando a ella? Esta ajenidad en la que estamos sumergidos todo el tiempo, a causa de la tecnología nos vuelve distantes, fríos, incluso necios de sostener conversaciones sin dejar de mirar el celular; y no es que esté mal, el problema será siempre el exceso casi imparable con el que accionamos ante una conexión de WiFi.


Foto de Soumil Kumar en Pexels


Todos saben y a la vez, nadie sabe. Estamos teniendo generaciones tan adhesivas a la tecnología y tan desconocidas en muchos temas. Aunque bien es cierto que gran parte de esta responsabilidad recae en la educación, no es ajeno el hecho de que estamos – todos – ensimismados en lo que vemos dentro del celular y la computadora. Buscamos compartir los lugares donde estamos, los momentos que pasamos con amigos, con familia, los que compramos, el árbol de navidad que pondremos y hasta lo que comemos, pero cuando hacemos esto, dejamos de lado el disfrutar realmente de estos detalles, de esos instantes. Preguntémonos si en verdad, vale la pena.


Esto que comparto con ustedes no es una crítica a la función de las redes sociales, porque precisamente su nombre lo dice, mostramos nuestro ser social ávido de reconocimiento y admiración por los demás. Esto es un señalamiento al constante apego y vínculo que tenemos a la tecnología y – a veces- a su mal uso. Esto que comparto, esto que les escribo es con la finalidad de comprender, como lo dije al principio, el posible daño que le estamos ocasionando a nuestra conducta y a la manera en cómo nos relacionamos con lo que nos rodea. La pandemia, por supuesto ha contribuido en volvernos adeptos a hacer todo desde nuestros dispositivos, más sin embargo es posible identificar y limitar hasta donde seguirá siendo una actividad sana.


Aunque tengamos en nuestras manos la posibilidad de conocer todo lo que hay en el mundo y seamos consumidores dispuestos a devorar películas, series, novelas, libros, vídeos y algún tipo de conocimiento, si nada de esto le aporta a algo a tu vida, si nada de esto cuestiona tu existencia, si nada de esto es utilizado para remover tu sensibilidad, valentía, responsabilidad y cordura, de poco sirve que sigamos ese camino.


Todo conocimiento por sencillo que parezca tiene que generarte un cambio, si nos vamos a convertir en “zombies” tecnológicos al menos hagamos algo diferente por el lugar en el que habitamos, hablemos cuando sepamos, cuando lo hayamos vivido, escuchemos a otros, respetemos el punto de vista de otros, comparte con otros, mirémonos a los ojos, tu vida tiene que ser más real, no más virtual.


¡Saquémosle provecho a la tecnología!

Muchas gracias por seguir y llegar hasta aquí.





 
 
 

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