Revivir
- Ximena Martinez

- 14 mar 2023
- 3 Min. de lectura
Armé muchas oraciones para iniciar este escrito; para encontrar la justificación perfecta por la cual estaba nuevamente sentada frente a esta hoja en blanco. Mientras escribía lo que saliera de mi mente iba pensando también en el camino que ya había recorrido y el cual tenía que volver a transitar para circular “haciendo catarsis”, para revivir lo que hace meses había dejado atrás. Y más que una justificación, me di cuenta que en realdad lo que deseaba más era contarle a alguien lo que había estado ocurriendo, como para deshacerme de ello.
Las tribulaciones de la vida, siento que siempre son superadas, y no sólo en el sentido de que logramos vencerlas, sino que esas mismas tribulaciones son cada vez más intensas, como si estuviéramos avanzando de nivel cada que una de ellas se presenta en nuestra vida. O al menos a mi parecer, así sucede, porque cuando creemos que no soportaríamos algo peor, eso peor aparece. Sucesivamente nos vamos haciendo fuertes.
Nadie está exento de ser revolcado por una ola. Nadie puede decir que jamás ha querido tirar la toalla; la diferencia, tal vez radica en quiénes nos convertimos después de cada suceso y en qué hacemos al respecto. Bien dicen que el dolor puede ser transformado en arte, pero también puede volverse enfermedad, puede alojarse en una parte de tu garganta o no dejarte respirar. Puedes hacer de el, un motor, un impulso, un golpe, una constante en tu cabeza, querer comértelo en todas las comidas o tirarlo a la basura como un objeto de tu casa sin aparente utilidad.
Mucho se ha hablado, escrito y hasta cantado – últimamente- de lo que cada persona hace ante el dolor; nos creemos jueces de dolores ajenos sólo porque pasamos por algo similar, o porque superiormente pensamos que “así se tiene que hacer” pero estamos muy alejados de comprender o de tan siquiera suponer ¿qué duele? y ¿por qué duele? Incluso corporalmente el umbral de dolor de alguien es tan distinto al de otra persona.
Pero no siempre nos ponemos a pensar en esto; incluso sé que existen personas que enlistan dolores, tragedias, sucesos, para clasificar lo tan agudos que pueden ser algunos más que otros; hay una buena intención en ello, sin embargo, como coloquialmente se dice, no lo entiendes, hasta que no te pasa. No sabías que te dolía la herida, hasta que la tocas.

Foto de Victoria Akvarel : https://www.pexels.com/es-es/foto/mano-flores-dedos-conceptual-9486074/
Como también las heridas que no sanan aún, las visibles y las que están dentro, que llevan más tiempo que otras, porque la cicatrización depende de tantos factores y no sólo de la piel. En fin, cada dolor puede sentirse eterno, aunque dure sólo instantes, puede sentir insuperable aunque ahora estés hablando de él, puede ser tan real, aunque sea imperceptible por los demás. Cada dolor es único, irrepetible, incapacitante, angustiante u ordinario.
Porque sí, hay dolores que son ordinarios, sensaciones que se vuelven parte de uno, de la cotidianidad, de la rutina, de una hora en especifica al día y que a mi parecer, pueden ser los más peligrosos, porque se asume que es la cuota que se debe pagar por la felicidad, por el merecer algo después de haber sufrido. No estoy peleada con la ambivalencia de la vida, que en efecto, para todo claro, hay un obscuro y viceversa, pero ésta constante idea de seguir perpetuando el dolor para obtener a cambio la absolución, dista mucho de enseñarnos que la felicidad es una decisión bastante personal.
La vida te puede tirar muchas veces, la vida te puede doler todos los días, la vida puede convertirse en un cúmulo de emociones, la vida puede convertirse en todo, menos en lo que quieres, o puede ser todo lo que alguna vez quisiste y no sentirte satisfecho; de estas situaciones, uno regresa; más, menos, fuerte, débil, seguro, inestable, pero regresa, y a las personas, sitios, caminos, escritos que lo estaban esperando; porque en el dolor encontramos también lo que nos salva.
Creo que ésta es una buena manera de revivir, haciendo catarsis.
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