Rutina

Despertar, revisar el celular, los pendientes, si te levantaste a la hora programada no tendrás problema de incorporarte al día, sino tu tiempo estará agotado. Ir de un lado a otro, olvidar siempre algo, las llaves, la llamada pendiente del otro día, pasar al banco, el pago, la leche, el azúcar ¿apagaste la estufa? Olvidaste donde dejaste el dinero, olvidaste que tenías que pasar a tal lugar ¿y las redes sociales? Bueno, te enteraste de lo último, viste las fotos que tu amigo publicó, compartiste algo que te gusto, una reflexión que adoptas por cinco minutos, hasta que algo nuevo roba tu atención, regalas “likes”, criticas alguna postura o simplemente pasas desapercibido en ellas, viendo sin realmente ver. Se nos va la mañana, nos quema más el sol o nos preocupa que el cielo se torne gris. Hay tantas otras cosas en qué pensar, la vida transcurre rápido, ya estamos en el séptimo mes del año.

La rapidez de la vida, puede parecernos idónea, nos adaptamos a ella, como al nuevo horario, la tecnología resulta ser una maravilla, ya no tengo que esperar semanas para recibir una carta, ni un mes para recibir un paquete, no tengo que esperar esa llamada de larga distancia, ni prender la televisión para enterarme de lo que sucede al otro lado del mundo; ya no hago tantas filas en el banco, ni cargo con tanto dinero; ¿Qué significa esta palabra? Lo googleo ¿perderme? No, y tampoco mi tiempo.

Porque descubrimos que el tiempo, es oro. Porque te pagan por tenerlo, por darlo, por ahorrarle a alguien su tiempo, por facilitarlo, por maximizarlo o minimizarlo, sea la cuestión. Porque podemos influir en él ¿Cómo no hacerlo posible? Si a los animales se les inyectan “algo” como a los cultivos para que crezcan, para acelerar los procesos, somos capaces de controlar ese ritmo.

Por lo tanto el mío es igual de valioso. Mi tiempo, mi rapidez. Tan así que ahora podemos acelerar el escuchar a otros.

El mismo facilitador de comunicación, me ha dado la opción, de adelantar el audio, la escucha de mi mensajero. De perder cinco minutos, puedo perder ahora solo la mitad.

Foto de Vlad Bagacian en Pexels

Y es que en realidad, creo que solo nos importa el mensaje. Lo que queremos saber, si es si, si es no, si es mañana, si tiene, si no tiene.

¿Dónde queda la receptividad, la empatía? El percibir la voz, la pausa, la respiración, el sentimiento que te transfiere una persona que decide grabarte el mensaje, exponer su desesperación, su alegría, su tristeza, su euforia.

En un día apurado, en un día donde tengo que correr para no mojarme con la lluvia, donde tengo que tomar el transporte, donde tengo que decidir qué comprar o qué usar, el otro no cuenta, ni yo para él. En un día donde el ritmo de la vida, no hace pausas, no necesita freno. Es acelerar y avanzar, darle paso a lo siguiente, sin reflexionar, sin hacer escalas, qué lástima quien se quede atrás, es una competencia, quien llega primero gana, se lleva lo mejor, es el mejor.

¿Y qué de malo tiene ser fugaz?

Porque escuchamos al otro para responder, más no para interpretar. Vamos tan rápido por la vida que los otros deberían percatarse de eso. Discutimos, nos enfadamos si el carril de alta va tan despacio, si alguien aún no decide qué artículo llevarse, si la señora cuenta sus monedas ¿Qué no se da cuenta que llevamos prisa? Si no me ceden el paso, si me ganaron el lugar en el estacionamiento, llego tarde a la reunión, pero no quiero ser el último en irme, aún no es fin de mes y ya vienen a cobrarme, mi celular está lento, la memoria llena, tengo que enviar documentos y el Internet no ayuda, dicen que por más que sacudas el reloj de arena, cada grano caerá a su ritmo, no a la velocidad que queramos sucedan las cosas, queremos dormirnos inmediatamente, queremos adelgazar de un día para otro, construir, tener, ver nuestra recompensa con el mínimo de esfuerzo y paciencia. En una vida así, no es de sorprenderse que no tengamos tiempo ni para escuchar a los otros.

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