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La luz al final del túnel...

  • Foto del escritor: Ximena Martinez
    Ximena Martinez
  • 26 oct 2020
  • 4 Min. de lectura

Una vez que me siento frente a esta hoja no quiero detenerme. Una vez que comienzo a teclear quiero de un solo dedazo escribir todo lo que susurra mi mente, pero no es posible. Algo así pasa con la vida todos los días; queremos vivir aprisa pensando que es la única manera de gozarla, pero así como en algún momento se me puede ir la inspiración, así también se nos va la vida.


Hasta el día de hoy, lo único que tenemos seguro es la muerte misma. La muerte, esa palabra que, de tan solo pronunciarla nos hiela la sangre, nos corre un escalofrío por el cuerpo y ni tocarla como tema de conversación en la mesa, porque es como invocarla; pero en esta ocasión quiero escribirle, quiero hablarte de ella. La vida y la muerte los dos contrastes de nuestra realidad. Una es luz y la otra -¿obscuridad? O al menos eso es lo que nos dice, pero -¿Qué tal si es la luz de otro portal, de otro mundo, de otras vidas? Eso no lo sabremos.


Lo que sí sabemos es que la muerte es el final de todo lo que conocemos. Es nuestro mayor miedo y el consuelo de algunos enfermos, es el anhelo de otros tantos que ya lo dieron todo, es la inquietante preocupación, la venganza, la destrucción. Es el adiós al que por mucho que esperemos, no sabremos decir sin que tiemblen los labios. Porque tanto nos hablan de cómo debemos vivir sin miedos, sin rencores, sin pretextos, pero no se nos enseña a saber cómo morir.

Foto de Oleg Magni en Pexels


En el mejor de lo casos – como mera expresión – qué bueno sería morir dormidos, sin dolor, sin pena, sin tortura, porque esos también son nuestros mayores miedos, el sufrir sin recibir una recompensa. Pero no, nadie sabe la fecha, ni la hora exacta -¿realmente nos serviría saberlo? Tener los días contados -¿haría que viviéramos con todas nuestras ganas o nos deprimiríamos por ver avanzar el reloj? Bueno, cada quien lo elegiría.


La muerte, en México es la tradición, le cantamos, le bailamos, con ella comemos, con ella rimamos, hacemos las paces, esperando no encontrarla de frente en años, ni que nos arrebate lo que tanto queremos. La honramos como si quisiéramos estuviera contenta, pero por dentro, algunos la odian, la contradicen, se atreven a retarla, a esperarla con el más indeseable de los sentimientos; a otros no nos queda más que respetarla para que ella también nos respete.


La muerte también es lo desconocido, aquel mundo del que poco sabemos, pero que sin duda alguna, habrá quienes teman, ese lugar al que hemos de ir, ese lugar de sombras, de paz o de perdurable condena. Ese mundo que algunos pisaron por un instante y del que sorprendentemente pudieron regresar.

Foto de Andre Moura en Pexels


Asimismo la vemos como la peor de las injusticias, cómo si la vida arrebatada de alguien joven o de un niño no fuera lo suficientemente valiosa; y sí, claro que duele, claro que te cuestionas por qué solo se le permitió vivir a una edad tan corta. Pero son sus designios, sus reglas, algo de lo que jamás obtendremos respuesta.


Tampoco hay muertos malos, es cuando alguien pierde la vida que vemos lo que significó en la nuestra, lo importante, lo bueno, lo valiente, lo valioso que era. Le lloramos, le extrañamos, le valoramos en su ausencia, más no en vida qué es cuando se debería. Andamos combatiendo con los otros como si nunca nos fueran a faltar momentos para estar con ellos.


Llorarle al fallecido, se dice, que es más llorar por nosotros mismos, porque no sabremos cómo será de aquí en adelante la existencia sin esa persona. Probablemente sea cierto, porque por más que intentemos entender el proceso biológico que significa la muerte, no estaremos lo suficientemente listos para despedirnos de los nuestros.


A la muerte, se le une la desgracia, la pena, la aniquilación de toda alegría. Los remordimientos del “hubiera”, de las palabras que no se dijeron, de los abrazos que no se dieron, de los actos que no se hicieron y parece que andamos cargando más de la cuenta. No debe ser así. Si bien es cierto que el duelo corresponde a un lapso de tiempo que puede parecernos eterno, al final de cuentas, aprenderemos a vivir aún con el dolor más grande. Y antes de sufrir arrepentimiento, hagamos hoy lo que tengamos que hacer por los siguen con nosotros.


Foto de Chait Goli en Pexels


Para explicarnos la muerte, a veces hay que verla de cerca, sentir por unos instantes esa falta de aire o ese miedo de cerrar los ojos. No sé si sea posible ser percibida por alguien que jamás ha experimentado esa sensación, más sin embargo sí es posible y necesario entender los frágiles que somos, lo destructibles que podemos ser en cuestión de segundos; y que en efecto de esta vida no nos llevaremos nada de lo que hemos creado, solo quedará eso para quienes persistan después de nosotros.


Claro que la muerte, nos va a hacer llorar, a enojarnos, a maldecir, a sumirnos en la más profunda de las tristezas, de ahí las etapas del duelo. Nadie nos puede decir hasta cuándo dejará de doler o hasta cuándo lo vamos a entender, hasta es probable que nunca lo entendamos; y vamos a perder familia, amigos, gente cercana, gente conocida, gente que solamente supimos que existía porque lo leímos o vimos en televisión… vamos a perdernos a nosotros, pero antes de que eso suceda, para morir hay que vivir y el vivir es en este preciso momento.


Y vivir lo más placenteramente posible para cuando nos toque ver esa luz al final del túnel.


Dedicada con cariño a todas las personas que hemos vivido en carne propia la pérdida de un ser querido.

Muchas gracias por leer.


 
 
 

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