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En la búsqueda de ayuda

  • Foto del escritor: Ximena Martinez
    Ximena Martinez
  • 1 mar 2021
  • 6 Min. de lectura

Qué pronto estamos ya en este marzo cuestionable, como ese marzo que lo cambio todo. Y con él, no solo se instaló una pandemia a la que no le vemos final, sino que también hemos tenido que enfrentar una nueva urgencia de salud, la salud mental. Las enfermedades mentales ya tenían su lugar en la sociedad, han sido estudiadas por años, han sido tratadas por la medicina y la terapia, sin embargo, pese al aumento de casos de personas que constantemente sufren síntomas tipificados por estas enfermedades, existen también, lastimosamente mitos en torno a la búsqueda de ayuda.


La ayuda que se precisa, depende en cierta medida de que tanto conocemos y aceptamos lo que nos está pasando. El encierro, la hipervigilancia a la que nos hemos sometido para no enfermarnos, la ansiedad, el insomnio, etcétera, no son más que muestras de la resistencia a este ya casi año de pandemia. Nuestro propio concepto de muerte, de vida, de felicidad ha sido cambiado, con base en cada dura o agradable experiencia. Sin embargo, aunque suene ahora más común esta búsqueda de ayuda, esta búsqueda de respuestas a lo que me está sucediendo y al cómo procesarlo, no hemos aún consolidado la importancia de atender de raíz una situación en este contexto, mental.

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Foto de Anna Shvets en Pexels


En ensayos anteriores, hablaba de la rapidez incluso con la que vivimos en un mundo que ha estado en pausa. En pausa, porque aún están limitadas acciones, actividades y situaciones, que se atienden mediante monitores y pantallas. Pero esta inmediatez satisfactoria que obtenemos cuando ordenamos una comida y llega – con suerte – en treinta minutos, nos orilla a querer obtener más beneficios de este modo. Al igual que el mundo de conocimientos y entretenimiento que tenemos a un click de nuestro dedo. Y es así, que con esta rapidez - que claro, tiene sus múltiples beneficios – a veces, nos cuesta dedicarle un poco de esfuerzo y paciencia a lo que verdaderamente lo requiere.


No está de más, reconocer también que el mexicano siente aún este desdén por lo implicado en la ciencia, porque nuestra crianza fue cultural, con remedios caseros, con limpias de huevo, con espíritus para tratar los sustos, por mencionar algunos ejemplos, y no es que este mal, porque repito es parte del legado de años de nuestros ancestros, pero si puede llegar a limitar ese primer acercamiento a la búsqueda de ayuda mediante la ciencia.


Se supone que en efecto, no existen soluciones mágicas, ni milagrosas para acallar los malestares que enfrentamos día con día; pero basta con mirar “esos productos” con que nos bombardean para una figura estética, para una reducción de tallas, sin que implique un esfuerzo, un “menos” para obtener un “más o mejor resultado” que el agotador desgaste físico al que muchas veces le tenemos miedo, o más bien, tal vez lo que en realidad nos aterra, es que al final de cada gota sudada o cada sacrificio físico o mental no se obtenga lo que tanto anhelamos.

Teniendo en cuenta estos dos aspectos, el mínimo esfuerzo con el que a veces queremos conseguir las cosas y la facilidad con que pueden llegar soluciones a través de la inmediatez, pareciera racional que la balanza siempre se enfoque en respuestas cómodas, que sosieguen de manera temporal esa necesidad de ayuda, de una ayuda profesional.


Y para abordar este punto de vista, quisiera hacer mención de algo que sea ha vuelto tendencia, y no solo en redes sociales, sino ya incluso como un futuro modelo educativo para ser aplicado en escuelas públicas, el coaching. Esta palabra que en traducción significa entrenamiento, que pasa de ser la preparación del desarrollo de una actividad meramente deportiva a una metodología para la expansión profesional y personal. O al menos es la definición que actualmente podemos encontrar respecto a ella. En términos monetarios se sabe que, pese a manifestarse como una opción accesible para la atención del estancamiento personal, los costos para acceder como tal a un curso suelen ser si no excesivos, pero sí elevados. Y aunque ese entrenamiento mental intenta impulsar a la persona a conseguir sus metas, ya sea empresariales, financieras, conductuales, espirituales, nutricionales y hasta musicales – por mencionar los más conocidos – no asegura que la atención esté enfocada realmente en el problema a tratar, porque incluso no hay relación estrecha con la persona como paciente, sino como cliente, centrado en el presente y en las soluciones inmediatas, promoviendo incluso una visión poco realista del “todo se puede” que muchas veces llega, a frustrar a quienes no consiguen su todo.


Si bien el coaching se está empoderando por su mínima duración, por la aparente accesibilidad económica, a la inmediatez con que se encuentra a un coach en redes sociales o a un vídeo que puede de momento, despertar ese potencial estancado, no podemos considerarlo como la mejor estrategia para la superación de una enfermedad mental y menos, como la única táctica que puede ayudarnos, ya que la intervención se presenta de manera temporal y no, mediante un proceso.


Y precisamente, palabras como está de “proceso” nos aterran también, porque entonces retumba en nuestra cabeza, la inversión económica, la inversión de tiempo que, a lo mejor aparentemente no tengo, lo que implica enfrentarme al pasado tal vez, a cuestionar mis propias creencias o mi propia existencia y que puede llevarme años trabajar en mí, cuando lo que menos se desea es agobiar esa parte que nos duele; Sin embargo, este tipo de ideologías y miedos a veces fundados en el desconocimiento de una atención profesional, ha traído como consecuencia, que carreras involucradas en la salud como la psicología, la nutrición, la psiquiatría, tengan profesionistas luchando por mantener la objetividad de su campo.

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Hace algunos meses, fui testigo de un movimiento en redes sociales, impulsado precisamente por nutriólogos, en el cual hacían un llamado de atención a la gente para que dejará su salud en manos de estos profesionistas y no, en sugerencias generadas por influencers, artistas, blogueros que a través de la creación de su contenido, manejan dietas, consejos, rutinas de ejercicio, recetas para la pérdida de peso, etcétera. En este sentido, el éxito de estas personas se basa en la popularidad que tienen mediante sus seguidores, así como la supuesta motivación de que, lo que a ellos les funciona a ti también tiene que funcionarte. De igual modo podemos toparnos con alguien que ya experimentó un cambio conductual como tal y muy probablemente se sienta con la certeza de hablarte de ello, con la seguridad de guiarte hacia al mismo camino pero bajo su perspectiva, su experiencia la cual no garantiza, que pueda a ti servirte, que pueda inspirarte sí, que te atrevas a hacerlo pero formando tu propio camino. Cada organismo, cada cuerpo, cada mente funciona de una manera totalmente distinta y con esto no sugiero que se ignore lo que tal vez estén promoviendo en cuanto a la salud y el amor propio, sino en despertar nuestra capacidad de dudar y cuestionar todo lo que vemos, leemos y escuchamos en las plataformas de Internet.


La inmensidad de las redes sociales, nos muestra siempre estereotipos que seguir, modelos de vida que a través de esta positividad tóxica intentan mostrarte que si estás desganado es porque no has sonreído lo suficiente o porque no vibras alto; las demandas mentales y conductuales van más allá de un mensaje motivador y requieren una atención como tal. Esta capacidad de cuestionar lo que vemos mediante el celular, permitirá que entonces te quedes con lo que probablemente necesites leer en ese momento, sin engancharte pues no se tiene la verdad absoluta.


Generar el cambio a que veces necesitamos va más allá de la motivación externa que encontramos en nuestros favoritos blogueros, coaches, youtubers, influencers; un cambio conductual que repercuta totalmente en la propia percepción de la vida, desde lo físico o mental tiene que ser generado por un profesionista cuyo conocimiento y preparación está respaldado no solo por un título, una cédula, sino también cursos, especialidades, diplomados y una actualización constante.


Sé que aún existen rezagos entre lo que dice la gente de ir con un especialista y la verdadera experiencia, así como ideas que aunque suenen absurdas siguen de boca en boca, estos reforzados mitos sobre la loquera, los medicamentos, la pérdida de tiempo o de dinero que giran en torno a los psicólogos y a cualquier otro profesionista de la salud. Todo cambio que – insisto - repercuta de una manera tangible y prospera en nuestra vida, tiene que llegar a través del esfuerzo, la paciencia, la dedicación de cada día y de cada hora.


La búsqueda de ayuda, en momentos como los que estamos pasando, debe ser una prioridad, porque el colosal contexto de incertidumbre, extrañeza, desinterés al que espero no terminemos por acostumbrarnos, siga convirtiéndose en una pesada forma de vida, que limite aún más nuestra salud mental y física, al grado de imposibilitarnos precisamente el intentar vivir. Asegurémonos de saber en manos de quien nos estamos dejando llevar.



Nuevamente, agradezco que estés aquí leyendo y haciendo catarsis conmigo.

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